Existen momentos en la vida de una persona que un hecho, alguna variante, hace que la cabeza haga click y el afrontar los problemas como el futuro se haga de manera diferente. Eso pasó con Cadel Evans el día que ganó el Campeonato del Mundo del año 2009. Ese 28 de septiembre algo cambio en la cabeza del ciclista australiano y empezó a hacer cosas de las que no eran habituales; empezó a arriesgar.
Evans, que venía de hacer un Tour de Francia desastroso, el peor desde que entró en el podio de la ronda francesa, lanzó un ataque con el que logró ganar el Campeonato del Mundo. Fue el primer gran triunfo de Cadel que le llegó a una lejana edad (32 años). Esa misma temporada, el aussie volvió a arriesgar y decidió dar un paso adelante y cambiar de equipo. Dejó el que había sido prácticamente el equipo de toda su carrera para enrolarse en el BMC. La nueva preparación para el Tour 2010 fue desastrosa y quedó muy lejos de los puestos de cabeza, pero corrió su primer Giro, quedando quinto y logrando una etapa además de la clasificación por puntos. Ese mismo año mostró su nueva manera de correr, ganando la clásica de la Flecha Valona. Algo había cambiado en la cabeza del que hasta la fecha había sido el rey de ir a rueda.
Lo que ocurrió en el año 2011 es de sobras conocido. Evans asumió galones, tras momentos de dudas que se hacían eternos, y eligió ser el ganador del Tour, Vivió situaciones parecidas a las del 2008, en las que su indecisión y su falta de empaque ofensivo dieron La Grande Boucle a Carlos Sastre. Esta misma temporada se ha hecho con el Tour de Romandia y la Tirreno Adriático, cerrando la mejor temporada de su vida el curso que cumple 34 años.
Para mi, el Tour del 2008 fue ese hecho que necesitaba Cadel Evans para atreverse a arriesgar. El aussie entendió que para ser grande tienes que entender que la vida es como la bolsa, que los mejores éxitos y peores fracasos vienen solo cuando hay riesgo y que el exceso de celo y tranquilidad no dejan dar el salto de calidad para ser un gran campeón.
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