En la vida en general y en el deporte en
particular se suele escuchar más veces de las que se debería una frase que ya
es un tópico “yo soy un profesional”. Generalmente va asociada a la puesta en
duda de un trabajo, del esfuerzo del comportamiento… Y por eso me fui a la RAE
para ver que dice de la palabra profesional, puesto que en el tópico siempre
entra el dinero y acabas por creer que solo son profesionales los que hacen su
trabajo, sin más, y cobran por ello. Sin embargo, en la quinta entrada de la
definición de la palabra dice “persona
que ejerce su profesión con relevante capacidad y aplicación”. Así pues, llegados a este punto ¿Qué es ser
profesional?
Para mí, y en términos deportivos, ser
profesional va más allá de hacer tu trabajo. Ir a entrenar, jugar los partidos,
atender a los medios solo cuando tienes obligación o solo cuando hay actos
pagados de por medio no es ser profesional, o como mínimo no es ser un
profesional como quien subscribe lo entiende.
Entonces, llega el momento en que
empiezas a descubrir esos deportistas, esos atletas, que colman lo que uno ha
soñado toda la vida con lo que debería ser la auténtica profesionalidad.
Deportistas, demasiado anónimos, colmados de valores y sacrificio para su
deporte. El que aman y no les da de comer, el que les ha hecho crecer como
personas y con unos valores que no se aprenden fuera, por el que pierden muchas
horas y reciben pocas recompensas, y por último y no por ello menos importante,
su deporte, por el que luchan cada día para hacerlo crecer más allá de las
barreras y convenciones sociales que pesan encima.
Ahí reside la auténtica profesionalidad.
En la fuerza y la fe para romper aquellas montañas que parecen inquebrantables
e ir más allá. En soñar con crecer cada día con el deporte con el que te has hecho
mayor y en querer ser profesionales más allá del dinero, como reza la quinta
entrada de la RAE.
Es por eso que cuando tienes la
oportunidad de ver los ojos de estos y estas deportistas te das cuenta de lo
que supone la auténtica profesionalidad. Aquel brillo en los ojos cuando hablan
de su deporte, aquella sonrisa ilusionante como la de cualquier niño que
desenvuelve un paquete la noche de Reyes y la fuerte convicción de seguir
luchando pese a las adversidades que caen como bombas en la línea de flotación
de barcos ya muy dañados. Pero ahí siguen, achicando agua aunque sea con las
manos porque creen en lo que hacen.
Pese a ello, perseveran. Pese al
desánimo que les puede invadir, las complicaciones que surjan y los problemas
del día a día siguen con su plan de acción sin pestañear, sonriendo. Porqué
creen en lo que hacen, disfrutan jugando y sueñan con que un día la sociedad
les reconozca un esfuerzo titánico, no al alcance de todos.