En las guerras, los generales eran los encargados de librarlas por orden de sus presidentes, reyes o gobernantes. Trasladado al deporte esa figura la ejemplifica el entrenador. Aquella persona que dirige a sus tropas con el fin de lograr victorias de prestigio que acaben honrando la historia de su club.
Todo el mundo concurre que para ganar una guerra se necesita mucho más que tener al mejor estratega o al mejor de los soldados. Hace falta algo más, el punto emocional capaz de dar la vuelta a la situación más surrealista y girarla en beneficio propio. Eso es lo que hacía diferentes a los generales clásicos y es lo que ahora mismo sucede con los buenos y malos entrenadores.
La globalidad a la que ahora se sumerge el fútbol, con ruedas de prensa constantes, cámaras en todas partes e incluso lectores de labios, nos lleva a determinar que al final, lo que sucede en el campo, pese a ser lo más importante del juego y lo más decisivo viene altamente condicionado por todo aquello que, Johan Cruyff, denominó el entorno.
La rueda de prensa de Guardiola, previa a la semifinal de Champions League del año pasado fue un ejemplo de ello. Las palabras del entrenador sirvieron para dar la vuelta a la confianza de un equipo que podía empezar a dudar. Este año sucede algo parecido. Una nueva rueda de prensa pretende levantar el ánimo de las tropas tras la primera derrota seria en el último año.
Sin embargo, la tarea emocional no acaba solo en el proceso de levantar a la tropas. Va más allá. En la derrota, es imprescindible hacer autocrítica y reconocer cuando te han superado. Este gesto de auténtica humildad sirve para que los jugadores se unan más a quien siempre les defiende a capa y espada. El feedback que produce entre técnico y el resto del equipo el saber perder es, inlcuso, superior al de los triunfos.
Estos detalles son los que acaban llevándome a la conclusión que ser entrenador es mucho más que entrenar. La tarea del míster no acaba cuando el utillero recoge los balones del campo de entrenamiento, va más allá del reparto de petos entre titulares y suplentes, sobrepasa el poner once nombres en liza y no concluye en las declaraciones post partido. El gran entrenador, como el gran general, ejemplifica los valores que quiere transmitir a su equipo con su actitud, convirtiéndose en el reflejo del espejo que quiere ver en sus jugadores. Porqué en la sociedad global en la que vivimos, los partidos de fútbol empiezan a ganarse mucho antes de que el balón empiece a rodar.
Guardiola, pese a los errores que pueda cometer en alguna de las facetas, sigue siendo el mejor entre los mejores. Domina el tempo, los registros y ejemplifica lo que quiere que sea su equipo. Una derrota no acaba con el trabajo de cuatro años, al contrario, le humaniza y da muestra de lo que realmente es su equipo, gane o pierda. Mañana veremos como el equipo ha digerido la impecable gestión de la derrota ante el Madrid, pues la oportunidad de levantar cinco copas en un mismo curso bien merecen una reacción de campeón.
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