Salvo hecatombe prácticamente imposible, la Bundesliga esta temporada volverá a Dortmund. El Westfallenstadium verá un nuevo título, varios años después. Los millonarios, venidos a menos, lograrán reverdecer viejos laureles. ¿Pero cuanto queda del último gran Borussia?
Jurgen Klopp ha armado una auténtica máquina de jugar a fútbol, con unos engranajes perfectamente encajados siendo un soplo de aire fresco en el fútbol mundial. He leído en muchos sitios que practican uno de los mejores fútbol que se juegan en el viejo continente y, no puedo estar más de acuerdo con esta afirmación. Joven, innovador y valiente, Klopp ha montado un equipo a su imagen y semejenza. 56 goles a favor y tan solo 16 en contra, un balance impresionante que se ha visto empañado en las últimas semanas por una segunda vuelta algo más dubitativa que la primera, sin embargo el margen imperante de puntos permite a los millonarios seguir siendo claros candidatos a levantar la Bundesliga.
El equipo se basa en la solidez de un portero que no comete errores de bulto y tampoco logra grandes alardes, un veterano de 30 años, que hace lo que se le exige a un buen portero, detener lo parable. Weidenfeller cumple a la perfección esa misión. Una defensa expeditiva y contundente donde resalta la figura de Neven Subotic, el serbio de 23 años. Alto fuerte, contundente y capaz de sacar bien el balón.
Quizá la clave de este equipo haya que buscarla en su sala de máquinas. El capitán Sebastián Kehl se encarga en mayor medida de la desconstrucción rival mientras que las jóvenes perlas que aúnan hacia delante son quienes construyen el fútbol. El japonés Kagawa, el turco Nuri Sahin (que encandiló en un europeo sub 17 hace ya varios años), Mario Gotze… juventud a raudales pues el mayor de ellos es Sahin que cuenta 22 primaveras. Y en la punta de lanza Lucas Barrios, el argentino asimilado en Paraguay que es un autentico tanque, capaz de descargar el juego venga de donde venga. Un equipo rocoso, muy joven y con una capacidad espectacular para crear.
Pero… nunca llegará a ser como el Campeón de Europa de 1997.
Ottmar Hietzfield logró crear un bloque que te seducía dejándote el balón y te mataba al contragolpe. Los latigazos de aquel equipo tumbaron a los maestros del Catenacció, los italianos de la Juventud, en una memorable final de Champions, en Munich, el mayo de 1997, gol de tacón de Alessandro Del Piero incluido.
La alineación de aquella final es para recordar: Klos, Reuter, Sammer, kree, Kohler, Lambert, Paulo Sousa, Heinrich, Moller, Chapuisat y Riedle; entrando en la segunda parte Herlich, Ricken y Zorc.
La diferencia básica, además del estilo de juego de ambos equipos, es el punto de madurez de los jugadores. Reuter y Kohler, dos veteranos que habían librado ya mil batallas, el segundo de ellos habiendo formado parte durante 4 temporadas de la Juventus. Y Mathias Sammer. El pelirrojo que se alzó con el balón de oro a final de año y que se retiró un año después, con 31 años aquejado de lesiones. El último gran jugador nacido de la Alemania Oriental, otro día hablaremos más de él.
Por delante Paulo Sousa, otro ex jugador de la Juventus y Lampert, el escocés que amargó a Zidane en el centro del campo de aquella final. Y enganchando Andreas Moller. Un auténtico maestro en el último pase y en saber aplicar aquella teoría tan buena de “es más importante llegar que estar”. Uno de los primeros grandes enganches. Y para rematar Chapuisat, para mí, el mejor jugador suizo que yo haya alcanzado a ver y Karl Heinz Riedle, un matador.
Como decía, la diferencia radica en el punto de cocción de los jugadores y podría añadir también al carácter alemán de ese equipo, en donde los pilares básicos eran jugadores del país; un dato a tener siempre en cuenta, los grandes equipos siempre se hacen desde el sentimiento de colectivo y pertenencia a una zona.
La impecable gestión económica acabó lastrando la parcela deportiva de aquel equipo, un modelo tanto fuera y dentro del campo, cuyos últimos coletazos significaron la Bundesliga del año 2002. Hoy, los amarillos reverdecen viejos laureles, pero su potencial económico ha decaído y no logrará amarrar los jugadores que ahora son diamantes en bruto para pulirlos y lograr convertirlo en joyas de tallo fino. Veremos el éxodo de sus grandes valores este verano y los antiguos millonarios deberán reconstruirse de nuevo. Mientras, Sammer y sus chicos, seguirán en el Olimpo del Westfallenstadium esperando ese momento en que ceder el cetro de mejor conjunto de su historio a unos nuevos héroes.