Día uno tras la sentencia del TAS sobre Alberto Contador; dos años de sanción con efecto retroactivo, a contar a partir del cinco de agosto del 2.010. Sin duda un misil a la línea de flotación de la credibilidad ciclista, uno más. Ahora, ya poco importa si el pico gramo fue en vena, en carne, en suplemento alimenticio o por el aire que respira. El daño, una vez más, ya está hecho. La vergüenza de las filtraciones, lo que ha durado el proceso, las informaciones vertidas y la resolución en si son un claro ejemplo de lo que no debe ser la comunicación.
Sin embargo, el ciclismo no muere. Y no lo hace por algo que dijo Contador hoy en su rueda de prensa. La carretera es la que hace grandes a los mitos. Yo cierro los ojos y aún veo aquella etapa de montaña del Tour de Francia de 1.995 (creo). Era 14 de julio, fiesta nacional francesa y Laurent Jalabert puso en jaque a Miguel Induráin. Un ataque entre la niebla en una jornada llena de puertos, una emboscada perfecta de la ONCE al Banesto, Manolo Sáiz ganándole la batalla a Unzue... Y Miguel Induráin ejerciendo de campeón, restando segundos a cada golpe de pedal para mantener un amarillo de digno campeón.
Tampoco me olvido del Tour 96, en que Induráin se hundió ante un dópado Rijs (que solo ha tenido el valor de confesarlo cuando el delito ha prescrito). Miguel hizo su última gran contrarreloj en llegada a los Campos Eliseos y todos vimos a su heredero, un tal Jan Ulrich. El alemán, que en un arrebato de furia germánica, con un equipo que no le podía ayudar, el Bianchi, puso en jaque al tourman más grande de todos los tiempos, Lance Armostrong. El americano si, el del molinillo, que trituraba a todos sus rivales a base de ritmos asfixiantes. ¿A todos? que dirían Asterix y Obelix. ¡No! Había un pequeño vasco, sin revuelo mediático, semi desconocido que hizo vibrar a todo el mundo: Joseba Beloki. Sonreímos con sus ataques el año que Armstrong más cerca estuvo de ceder y lloramos con aquella caída, que ya no le dejó volver a ser lo que era; un golpe, el del vasco, y una escapada, la del americano, que nos volvieron a recordar que era aquello de la suerte del campeón.Lance cruzó un campo seco de hierba y pinchos sin reventar la rueda, esquivó préviamente la caída de Joseba, saltó una cuneta y volvió a la carretera como si nada.
Además, también en los 90, los Mundiales los competían los mejores. Por eso Miguel Induráin, en el que se disputó en Colombia estaba perfectamente marcado por un tal Marco Pantani, entre otros. El marcaje de los cracks lo aprovechó Abraham Olano para atacar y hacer un último kilómetro hacia la gloria...¡Con la rueda pinchada! Pantani, que nos hizo vibrar a todos los amantes del espectáculo, con sus demarrajes de pirata, quitándose el pañuelo de la cabeza, mostrando cual calva reluciente brillando bajo el Sol de la Toscana, de los Alpes o los Apeninos; en las Dolomitas o el Galibier... Entre el cielo y el suelo...
No me olvido de José María Jiménez y sus ataques de escalador puro... Aquellos saltos que nadie podía seguir... Aquel ciclista que marcaba las etapas históricas y que demostró ser el mejor cuesta arriba en el estreno del infierno asturiano llamado Angliru. Carlos Sastre, cuñado del fallecido Jiménez, que ganó su Tour demostrando que el ciclismo es apto para valientes, algo que también aprendió Cadel Evans para hacerse con su primer entorchado en París. O Michael Rasmussen que demostró ser el más fuerte en el 2.007 y que, una discutible sanción (en forma y defecto) le privó de alzarse con un Tour de Francia que se había ganado en el asfalto... Un Tour que levantó el nuevo mito del ciclismo, un tal Alberto Contador, con quien abría estas páginas.
Me recriminarán que tal vez alguno de estos campeones dio positivo;
No es menos cierto que si en todos los deportes se controlara el dóping como en el ciclismo no habría juegos olímpicos. Que ningún deporte lleva el cuerpo al extremo de los ciclistas, compitiendo en horas de calor asfixiante... Y en ningún deporte hemos perdido por suicidio a tantos campeones, ciclistas en mayúsculas que no supimos cuidar. Los Pantani, Vandenbrouk o Jiménez nos dejaron, pero su legado sigue en el asfalto; un alquitranado que seguirá viendo pasar campeones con el deseo de emular a aquellos que, en cerrar los ojos, recordamos sufriendo hasta la extenuación para demostrar ser los mejores al final de la carretera.
Equivocarse es humano; rectificar y perdonar es de personas.
#elciclismonomuere
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